domingo, 18 de abril de 2010

Tarata 18 años después

Tarata, 18 años después
Escrito por: José Luis Castillejos Ambrocio el 03 Abr 2010 - URL Permanente
Por José Luis Castillejos Ambrociojoseluiscastillejos@gmail.com
La Comunidad





Lima, Perú.- La luz de las velas danzan suave y cadenciosamente con el vientecillo de la tarde que se cuela, de arriba abajo, en el “Café Tarata”, en la calle homónima que hoy es un remanso de paz, 18 años después de que un coche-bomba estallara aquí mismo y dejara 25 muertos y 155 heridos.
En una noche de julio de 1992 un poderoso estruendo removió todo Tarata, en el pleno corazón de Miraflores, frente a las costas de Lima, Perú. El grupo terrorista Sendero Luminoso hizo detonar una poderosa carga de dinamita para intentar borrar los vestigios de la modernidad en una zona que grafica el esplendor de la sociedad limeña.
Hoy un “peruvian fish”, una carne asada o un postre de manzana dan cuenta de nuevos tiempos y mejores vientos en esta calle de grandes edificios, restaurantes. Así lo confirman los cientos de visitantes a los restaurantes de la calle Tarata.
Las paredes amarillas y marrón del “Tarata” y sus mesas con planchas de mármol lucen apacibles y una pecera sin peces, al centro del restaurant, espera pacientemente a ser llenada de agua. Shakira con su dejo nasal colombiano se desgañita en desde un amplio televisor de pantalla plana.
Un perro pasea por la calle, a escasos metros del pequeño obelisco a La Paz, erigido en recuerdo de los caídos por el terrorismo. El frío nocturno poco a poco empieza a calar los huesos y a morder la inquietud sobre lo que pasó 18 años atrás cuando las familias caminaban tranquilamente sin saber que un atentado les arrancaría la paz espiritual.
Fue precisamente en esta calle donde Sendero Luminoso se catapultó al mundo con una orgía de sangre y una danza de violencia. Y, desde aquí, salió el grito de los peruanos de un “Basta ya!” a la ola terrorista que desataron los seguidores de la ideología polpotiana o de Mao.
Reconstruidas las calles, remodelados los edificios y restañadas las heridas, Tarata es ahora un punto de encuentro, un sitio atestado de cabinas de Internet, cafeterías, bares, un banco y remozados edificios.
Los cuatro cipreses, robustos, del café Tarata simbolizan los cuatro puntos cardinales y se hamaquean con el viento invernal que desde el Pacífico llega hasta la esquina de las pasiones donde lo mismo se degusta un café, un vino o se puede aprender a hablar en inglés con una juvenil profesora.
En el café “Tarata” y su veintena de mesas iluminadas tímidamente con velas, cuyas flamas danzan y danzan, dentro de pequeñas urnas de cristal, se demuestra que el terrorismo, al menos en Lima, ha sido derrotado.
A 18 años de distancia ya no hay veladoras en el piso por los caídos, sino flamas votivas a la paz, a la armonía y a todo lo que huela a vida.
El Tarata de hace 18 años, destrozado por 200 kilos de dinamita, hoy está dinámica, fervorosa y calurosamente humana, pese al vientecillo de la tarde que remece y hace recordar noches poéticas, de música, cerveza y ron.
Atrás, muy en el pasado, quedó el Tarata violento, la calle del ¡nunca más!
Lima, Perú.- La luz de las velas danzan suave y cadenciosamente con el vientecillo de la tarde que se cuela, de arriba abajo, en el “Café Tarata”, en la calle homónima que hoy es un remanso de paz, 18 años después de que un coche-bomba estallara aquí mismo y dejara 25 muertos y 155 heridos.
En una noche de julio de 1992 un poderoso estruendo removió todo Tarata, en el pleno corazón de Miraflores, frente a las costas de Lima, Perú. El grupo terrorista Sendero Luminoso hizo detonar una poderosa carga de dinamita para intentar borrar los vestigios de la modernidad en una zona que grafica el esplendor de la sociedad limeña.
Hoy un “peruvian fish”, una carne asada o un postre de manzana dan cuenta de nuevos tiempos y mejores vientos en esta calle de grandes edificios, restaurantes. Así lo confirman los cientos de visitantes a los restaurantes de la calle Tarata.
Las paredes amarillas y marrón del “Tarata” y sus mesas con planchas de mármol lucen apacibles y una pecera sin peces, al centro del restaurant, espera pacientemente a ser llenada de agua. Shakira con su dejo nasal colombiano se desgañita en desde un amplio televisor de pantalla plana.
Un perro pasea por la calle, a escasos metros del pequeño obelisco a La Paz, erigido en recuerdo de los caídos por el terrorismo. El frío nocturno poco a poco empieza a calar los huesos y a morder la inquietud sobre lo que pasó 18 años atrás cuando las familias caminaban tranquilamente sin saber que un atentado les arrancaría la paz espiritual.
Fue precisamente en esta calle donde Sendero Luminoso se catapultó al mundo con una orgía de sangre y una danza de violencia. Y, desde aquí, salió el grito de los peruanos de un “Basta ya!” a la ola terrorista que desataron los seguidores de la ideología polpotiana o de Mao.
Reconstruidas las calles, remodelados los edificios y restañadas las heridas, Tarata es ahora un punto de encuentro, un sitio atestado de cabinas de Internet, cafeterías, bares, un banco y remozados edificios.
Los cuatro cipreses, robustos, del café Tarata simbolizan los cuatro puntos cardinales y se hamaquean con el viento invernal que desde el Pacífico llega hasta la esquina de las pasiones donde lo mismo se degusta un café, un vino o se puede aprender a hablar en inglés con una juvenil profesora.
En el café “Tarata” y su veintena de mesas iluminadas tímidamente con velas, cuyas flamas danzan y danzan, dentro de pequeñas urnas de cristal, se demuestra que el terrorismo, al menos en Lima, ha sido derrotado.
A 18 años de distancia ya no hay veladoras en el piso por los caídos, sino flamas votivas a la paz, a la armonía y a todo lo que huela a vida.
El Tarata de hace 18 años, destrozado por 200 kilos de dinamita, hoy está dinámica, fervorosa y calurosamente humana, pese al vientecillo de la tarde que remece y hace recordar noches poéticas, de música, cerveza y ron.
Atrás, muy en el pasado, quedó el Tarata violento, la calle del ¡nunca más!.

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